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13 de Diciembre, 2011 · cuento

Gregorio Riva

Gregorio Riva

Eduardo García Michel

En una de esas ocasiones de que tanto disfrutaba haciéndole compañía, tal vez al filo de los catorce años, mi abuelo Eduardo me dijo, con su intención permanente de educar a sus nietos: “ese hombre, Gregorio Riva, es uno de los más grandes que ha dado el país y algún día se le reconocerá. Y ustedes son cercanos”. 

No supe a qué se refería; tampoco entendí la relevancia que pudiera haber tenido Gregorio, pues nunca había oído hablar de él.

Ahora, por fina cortesía de amigos veganos,  llegó a mis manos el libro “Gregorio Riva”, recién puesto en circulación, de la autoría de su biznieto el arquitecto Leopoldo Franco. Y de su lectura acabo de descubrir lo que quiso transmitirme mi abuelo al hablarme como lo hizo tantos años atrás.

En efecto, Riva fue singular. Visionario. Emprendedor imperturbable; hombre con fe, constancia y determinación. Rompió prejuicios, torció voluntades, quebró tabúes. Innovó, removió obstáculos, abrió camino al progreso y a la generación de riqueza.

Nació en Moca, en 1833, pero yo, que también soy mocano, no lo recordaba.

Hay que imaginarse el país recién independiente, con todo en ciernes, para comprender la obra monumental que significaba canalizar, con recursos propios, como lo hizo, amparado en una concesión pública,  los ríos Camú y Yuna, caudalosos en esa época, y hacerlos navegables para la actividad comercial hasta Sánchez, facilitando así la comercialización de productos de exportación e importación, en sustitución del anacrónico y costoso sistema de las recuas de mulas que hasta entonces se usaban para el transporte.

Pocos años después se convirtió en inspirador y ejecutor de las obras de infraestructura para hacer viable el ferrocarril La Vega-Sánchez, que entroncaría, vía Moca, con el de Santiago. Esa fue una obra formidable, pues implicaba superar la barrera titánica de las inmensas ciénagas del Gran Estero. Y requirió de la contratación de mano de obra extranjera de las Islas Vírgenes, los que posteriormente serían conocidos como cocolos.

Cuando se puso en marcha el ferrocarril y llegó a La Vega, la comunidad lo recibió con alborozo. Allí Gregorio pronunció unas palabras lacónicas: ¡Ahí lo tienen! Aceptó el nombramiento de Interventor de Aduanas en Sánchez, para poder cobrarse la inversión realizada del 10% de los aranceles vigentes.

Pero el poder político, encarnado por el tirano Lilís, incumplió. Lo destituyó. Y lo dejó en la ruina. Así se compensaba tantos desvelos, trabajo esforzado, riesgo asumido. Así se premiaba una labor portentosa de abrir nuevas fronteras al progreso desde el ángulo privado. Desde entonces el poder político se constituyó en origen bautismal de la riqueza.

Contaba Sergio, que ya en su lecho de muerte, en 1889, su padre lo llamó y le dijo: “mi hijo, muero en la miseria, sólo dejo como patrimonio el apellido, consérvalo”. Ese hijo rumiaba luego su tristeza, diciendo: “de poco me ha valido el apellido”.

¡Qué destino tan cruel el de aquellos que lo dan todo por el avance colectivo, y terminan en las ruinas de su desesperanza! Pero que mensaje tan sublime, preñado de orgullo y satisfacción por el deber cumplido. Les  “dejo el apellido” era ya mucho, no para medrar sino como símbolo de fuerza para el trabajo. ¡Cuánta grandeza la de Don Gregorio!

Se le considera, además, como si fuera poco lo ya dicho, el introductor de la siembra de tabaco de calidad a gran escala para la exportación, y también de muchas semillas mejoradas. Introductor de la imprenta en Samaná. Pionero de las plantaciones de coco en la península, que hoy muestra su belleza incomparable, meciendo sus  pencas airosas. E introductor de las construcciones de mampostería.

Y, en adición, el que fomentó la educación de la mano del espíritu hostosiano, y trajo a Moca maestros boricuas venerables. Ahora sé que dos calles de mi pueblo llevan el nombre de educadores traídos por él: Salustio Morillo y Ulpiano Córdova. Introdujo también la primera farmacia “La Mocana”, la primera máquina de coser y el primer molino para secar café.

Moca y el país le deben mucho. Mi abuelo tenía razón.

Y lo de “ustedes son cercanos” es porque su consorte, mi abuela Amalia Vásquez, a quién no pude conocer, era nieta de Amalia Riva, hermana de Gregorio, y esposa de Eulogio Vásquez.

Pienso que su patria pequeña está en deuda con él. Y que es más necesario que nunca poner de ejemplo y exaltar a aquellos emprendedores que asumen riesgos, crean oportunidades, abren horizontes a la colectividad, y se hinchan de orgullo al propiciar que muchos puedan ganar con dignidad el pan de cada día.  

Gracias, Leopoldo.

publicado por egarciamichel a las 18:26 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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