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30 de Enero, 2012 · cuento

El duelo de Portezuelo

El duelo de Portezuelo

Eduardo García Michel

En la pulpería situada en la hondonada de una colina de Portezuelo, Constanza, que mira hacia la cuenca del río Sonador,  conversaban Gavelo  y Giovany.    

_Desde que murió madre, siento que ha perdido los sesos. Ahora no hay quien lo saque del billar. Ya no trabaja esta tierra que tanto mimó y preñó de frutos. Está empeñado en venderla, pero no es verdad que vamos a salir de aquí a mal pasar en el pueblo_ fue lo último que dijo Gavelo.

  Al anochecer, de vuelta  y al cruzar el pequeño arroyo, sintió el crujir de una hoja seca y una sombra se le fue encima. Lo encontraron al otro día con un clavel rojo clavado en el corazón y una mueca agria en la boca.

Echaron el guante a Estilete, nativo del Río, con varios muertos  en su cuenta. Un vecino lo vio asomarse a Portezuelo al atardecer, como escondiendo su presencia.

Lo llevaron a la cárcel de La Vega, acusado del crimen.  _Tal vez lo maté, pero no soy culpable de su muerte_ repetía.

A los nueve días, en la misa sucedieron cosas raras. Las velas no prendieron por más que se usaron 4 cajas de fósforos para encenderlas. Una brisa fuerte iba y venía, transmitiendo un grito intermitente y desgarrador, que impedía escuchar la voz del cura. La sotana blanca se tiñó de púrpura, a pesar de que había sido lavada. A la salida, irrumpió la lluvia, que inundó el camino, pero ni una gota cayó en la tierra del muerto.

_Esto está jodón. El muerto como que está reclamando algo. Quiera Dios_ refunfuñaba Giovany.

Recordó a su amigo Gavelo  y lo mucho que quiso la tierra que había sido de su madre y que nunca aceptó que se vendiera. El viejo la estaba ofreciendo. Alegaba que ya no podía vivir en ese sitio donde había perdido a su mujer y ahora a su hijo.

En un de repente, lo decidió. Era mejor que él, su amigo, la comprara, a que lo hiciera otro. Tenía unos ahorros guardados en una caja. Contó el dinero. Vio aquella marca antigua, la G de su nombre que había estampado en cada una de esas papeletas por si se las robaban. Todo estaba allí, tal y como lo había dejado. Cerró la caja y la escondió de nuevo.

Al otro día preguntó por el precio. Resultó ser exactamente la cantidad que tenía en la caja. Ni un peso más, ni un peso menos. Se quedó pensando en esa casualidad. Cerró el trato. Firmaron los papeles. Y entregó el dinero.  

  _El se alegrará. La tierra queda en buenas manos.  No puedo permanecer aquí. Estoy vencido por los callos del alma_ susurró el viejo al recibir el dinero.

 Al verlo partir del caserío, el vecindario se sintió entristecido. En la capital esperaba Josefa. Nadie sabía que a escondidas solía emparejarse y desfogarse con ella en el lecho con musgos por donde nace el río Palero.

Pasaron varios meses. Portezuelo volvió a ser el lugar hermoso, tranquilo, que atesoraba el verdor de los pinos, mientras el aire fresco de la montaña disipaba el duelo.

El preso salió de la cárcel.

Una noche, un borracho que se encontraba jugando billar en el Río, a la luz de una jumeadora, sufrió un ataque mortal provocado por la acción del alcohol sobre su hígado sangrante. Mientras se desplomaba al suelo, dejó caer un rollo de papeletas de la parte interna del pantalón y emitió un grito intenso: __!mujer, ayúdame que me muero! _exclamó.

Giovany acababa de entrar al billar en ronda por Felicia. Se asomó al ya casi cadáver. Vio con horror y furia que era Estilete. Contempló su cara morada y retorcida. Alcanzó a ver el rollo de papeletas en el suelo. Su asombro fue mayúsculo al percibir la G que estaba impresa en los ahorros que habían estado en su caja. Asoció ideas y se llenó de un sentimiento profundo de indignación: _ El viejo, claro, el viejo_  se dijo, sin reprimir su furia por la evidencia recién descubierta.

Iba a maldecirlo, a descargar su impotencia, a rumiar su decepción inconsolable, a desahogar su falta de fe, pues ya no había nadie en quien creer, cuando se volvió y pudo contemplar aquella figura patética, temblorosa, pintarrajeada de payaso; perfilar su cara de ramera.

 _Coño, Josefa, es Josefa_ expresó incrédulo.

Luego supo que el viejo desapareció tan pronto llegó a la capital. Nunca se encontró su cuerpo.  

Al final, Josefa fue hecha presa por el doble crimen.

Y  la tierra resultó donada, no vendida. La caja recobró su caudal. Desde entonces las velas de Portezuelo prenden a la primera; la túnica del cura es blanca entera; la brisa ya no gime; y la tierra de Gavelo ya se moja cuando llueve.

publicado por egarciamichel a las 10:58 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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