Economía y política en 2012
Eduardo García Michel
El 2012 es un año en que habrá que ejercitar la virtud de la prudencia, sin que eso signifique que tengan que congelarse las buenas iniciativas.
Tendremos las elecciones presidenciales de mayo próximo. Pese a los escarceos que suelen acompañarlas, avizoramos que serán celebradas en un ambiente de normalidad y que, cualquiera que sea el ganador en el certamen, asumirá el poder y gobernará para cumplir una misión trascendente, ya sea reivindicar una gestión, o demostrar que las cosas pueden hacerse de modo diferente.
Es probable que haya que acudir de nuevo a concertar un acuerdo con el FMI. A ese organismo puede considerársele como el patrocinador principal en la acumulación de la mayor deuda que tenemos ahora, al inducirnos a desajustarnos sin necesidad en el 2009 y comprometerse a financiar ese desajuste.
Y, además, ha otorgado tantas dispensas en materia de incumplimiento en compromisos sobre asuntos de máximo interés nacional como es el de enderezar el rumbo del sector eléctrico, que ha perdido credibilidad. Las metas acordadas se parecen a muchas constituciones de países latinoamericanos, que terminan siendo escritas para que no se cumplan.
A pesar de lo dicho, la historia muestra que es peor dejar las manos libres a gobiernos que suelen usar los recursos públicos en función de sus intereses políticos. Por ello, después de las elecciones resultará conveniente acudir a ese organismo para negociar un programa que ayude a la consolidación fiscal, y contribuya a resolver algunos de los retos aún pendientes de ser abordados, pero eso sí, siempre con disposición crítica.
Y ojalá que esa sea la última vez que se tenga que hacer, porque significaría que habremos adquirido la autodisciplina necesaria y la habilidad de adelantarnos en la creación de soluciones.
En el primer semestre del 2012 se espera el comportamiento tradicional de expansión del gasto y la acomodación monetaria consecuente. El segundo semestre traerá la novedad del inicio de un nuevo gobierno, pero sobre todo el planteamiento y comienzo de ejecución de planes de reforma en diversos ámbitos de la economía.
En todo caso, las reformas deberían encaminarnos hacia una economía más competitiva. Ese tendría que ser el objetivo, para que tengan legitimidad y plena razón de ser.
En el lado público hay que estar conscientes de que la carga fiscal aunque es baja, se percibe como alta, ya sea porque las cuentas nacionales están sobreestimadas o porque el gasto público es de baja calidad, y la gente tiene que sacar dinero de sus bolsillos para satisfacer de manera privada necesidades públicas, o complementar lo que el Estado deja de hacer.
Hay que prepararse para absorber, a partir de finales del 2012, incrementos en la carga tributaria, que si se producen deberían estar conectados directamente con la reducción de la evasión, la universalización relativa de los tributos, la mejoría en la calidad del gasto público, y con un acuerdo formal mediante el cual el Estado asuma la meta de déficit estructural cero. Esto último porque la corriente mundial que se está conformando así lo podría determinar.
Los diversos sectores eventualmente podrán tener la oportunidad de jugar un papel activo y participar en la concertación de un pacto para una reforma fiscal integral, en el sentido de asegurar que el sistema impositivo no afecte la capacidad de competir de las empresas, por un lado; que la contraparte sea un compromiso del Estado de hacer transparente y consensuar la prioridad del gasto, por otro; y que ayude a distribuir mejor el costo tributario entre sector formal e informal.
En el área monetaria tal vez podría ser considerada la necesidad de que el organismo emisor dejara de ser parte activa del mercado monetario y permitiera la normalización de la intermediación financiera. Para eso ayudaría que se comenzara a reducir la deuda cuasifiscal, pues la política monetaria no debería seguir condicionando a la fiscal. Eso facilitaría que las tasas de interés mantuvieran niveles más bajos, a lo cual contribuiría la reducción del margen financiero y el control más decidido de la inflación.
En cuanto al sector externo de la economía, se visualiza una mejoría en la cuenta corriente por el reinicio de la exportación de oro y la intensificación de la de ferroníquel. Se estima que ambas aportarán en conjunto algo más de US$2,000 millones para el 2012.
Ese será un importante balón de oxígeno, aún cuando se espera que la cuenta corriente siga manteniendo un déficit elevado de algo más del 6% del PIB, que demandará la aplicación de políticas dirigidas a revertirlo.
Es decir, 2012 es un año que luce proclive a la aplicación de acciones fundamentales para dar el salto al desarrollo. Ya veremos si se ejecutan o no.