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notas de eduardo
Blog de egarciamichel

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07 de Agosto, 2011 · economía

democraciay economía, 50 años despues de la Era de Trujillo

"República Dominicana: democracia y economía, 50 años después de la Era de Trujillo".

Charla pronunciada por Eduardo García Michel en la CEPAL, 6 de julio del 2011

Para mí es un gran honor poder dirigirles la palabra dentro de este templo latinoamericano que recoge la experiencia y el conocimiento económico de la región: la CEPAL.

Vengo de un país pequeño, de apenas 48,000 kilómetros cuadrados, (slide: mapa) que da asiento a un pueblo que a través de la historia ha tenido que ir construyendo su perfil, a base de laboriosidad, constancia, creatividad; y que ha aprendido que las adversidades se presentan como obstáculos que inexorablemente tienen que ser superados en base al esfuerzo propio.

Somos un crisol de razas, (mapa) con identidad propia, insertado en la Cuenca del Caribe, dentro del archipiélago de las Antillas.

Compartimos la isla de Santo Domingo con un país, Haití, castigado por las inclemencias y desatinos, con el que nos unen vínculos antiguos y permanentes, no siempre cordiales, como suele ocurrir con los pueblos que comparten frontera, pero con el que estamos obligados a convivir en paz y a ofrecer lo mejor de nosotros para que el desarrollo  de ambas naciones pueda coincidir en el futuro en el nivel más alto. (mapa de la isla, con Haití)

Estamos ubicados en una región en la que las potencias antiguas y modernas han dirimido e implantado sus intereses con insolencia e, incluso, en alguna época, se la consideró como frontera imperial.[1]

En esta charla voy a referirme al período conocido, con ampulosidad, como Era de Trujillo, y al cambio político que constituyó un punto de inflexión desde la sumisión casi absoluta impuesta a la población por la tiranía, hasta el disfrute pleno de las libertades y de la democracia en los últimos 50 años. También les hablaré de lo que ha ocurrido con posterioridad a ese punto de inflexión y terminaré con algunas reflexiones aplicables a América Latina como región.

Otros países de América y del mundo  atravesaron y algunos atraviesan por períodos de gobierno caracterizados por el autoritarismo, la opresión y la falta de libertades. Sin embargo, en el contexto de América el caso dominicano ha sido singular porque a la larga extensión del período de la tiranía unió características únicas de dominio unipersonal, violencia inenarrable y concentración de poder económico y político.

En 1930, año del ascenso al poder de Trujillo, el país apenas tenía algo más de 1 millón de habitantes. A su muerte, en 1961, había llegado a 3.3 millones de habitantes. Hoy se acerca a los 10 millones, con tendencia a que la población se estabilice. (gráfico población)

El marco histórico

Entre 1930 y 1961, período de la llamada Era de Trujillo, nombre concebido con la rimbombancia que suele adornar las acciones de los gobiernos tiránicos, sucedieron grandes acontecimientos históricos: la gran depresión, el ascenso del fascismo, la consolidación del comunismo, la segunda guerra mundial, la creación del sistema económico y político mundial vigente, el surgimiento de la guerra fría, el triunfo de la revolución cubana. (grafico)

En ese período se crearon condiciones que favorecieron la permanencia de gobiernos autocráticos y dictatoriales. La contradicción se planteó en términos crudos: capitalismo o comunismo, sin importar la forma de gobierno. Aún así, las dictaduras se empeñaron en cubrir de apariencia democrática su manejo del poder.

Hay quienes piensan que Trujillo fue una necesidad histórica porque hizo posible, según ellos, la unificación territorial, la creación de instituciones nacionales, el impulso al capitalismo, la industrialización y la modernización de la agropecuaria. Otros piensan que no fue así y que más bien resultó ser una anomalía histórica que, de hecho, frenó la evolución de la burguesía al concentrar el poder económico en sus propias manos, lo que inhibió el surgimiento de una clase empresarial emprendedora.

 Algunos historiadores estiman que, a su muerte, Trujillo era propietario de más del 10% del producto interno dominicano y del 40% de la producción industrial no azucarera.[2] Otros establecen que era dueño del 70% de la industria azucarera y de casi el 100% de la industria manufacturera formal no artesanal, ni tradicional.[3]

El economista José Cordero Michel escribió en 1959, meses antes de morir combatiendo al régimen al integrarse en la llamada expedición del 14 de junio: “A pesar de los avances económicos registrados en los últimos 30 años, la burguesía no se ha constituido bajo el régimen de Trujillo en una fuerza económica social de importancia en la sociedad. En el futuro esta será una fuente de inestabilidad política cuyas consecuencias son muy difíciles de prever”. [4] Esa predicción resultó acertada.

Esa malformación se prolongó con posterioridad a la caída del régimen, ya que el usufructo de la herencia de los bienes del tirano configuró un capitalismo de Estado accidental, sin sentido de propósito, y muchos ciudadanos interpretaron que el patrimonio público era asimilable al privado, lo que dio lugar a un proceso de apropiación desordenado de los bienes del Estado y a una tendencia que ha perdurado de creer que lo público, como es de todos, puede ser apropiado por individuos que integran un colectivo.

En el ascenso y consolidación del trujillato la intelectualidad dominicana jugó un papel de primer orden. Según Andrés L. Mateo: “En la figura de Trujillo, los intelectuales depositaron la colección completa de sentidos inconfesables, sacralizándolo poco a poco, como un tabú”[5] 

Es triste reconocer que en el camino de la humanidad existe ese contrasentido tan hondo. Nunca podrá ser justificado el papel envilecedor que han jugado algunos intelectuales a través de la historia. Así se demuestra que a mayor inteligencia no necesariamente sigue una escala de valores digna de ser arquetipo de conducta humana.  

De manera que hubo progreso económico concentrado, sin iniciativa individual. Instituciones que funcionaban porque había orden y respeto, ambos derivados del miedo. El hecho de que las instituciones funcionaran debidamente, es una característica que en algunos países latinoamericanos no suele encontrarse y que puede que sea una de las debilidades mayores de nuestras democracias. 

El ser humano es complejo. Suele responder a estímulos materiales, pero no se agota en lo material sino que también se motiva por consideraciones de índole espiritual y del campo de las ideas. Puede apreciar valores determinados como el orden y echar en falta otros como la libertad. Y ante la necesidad de elegir lo hará, con mucha probabilidad,  a favor de lo que le permita decidir de acuerdo a su fuero interno, sin cortapisas, presiones ni amenazas, aunque conlleve riesgos.

El ser humano nació para crecer y desarrollarse en libertad. Aunque es cierto que a lo largo de la historia, ha vivido más tiempo bajo la opresión que en pleno control de sus ideas y movimientos.

En noviembre del 1960 el tirano, luego de haber ordenado el atentado que casi cuesta la vida  al Presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, cometió uno de los crímenes políticos más horripilantes, el de las tres hermanas Mirabal, que conmovió la consciencia nacional y marcó su final al haberse traspasado el umbral máximo de tolerancia de la población.

Rememorando ese hecho brutal, el poeta nacional Pedro Mir escribió lo siguiente: “cuando supe que tres de los espejos de la sociedad…habían caído.. comprendí que el asesinato como bestia incendiada por la cola, no se detendría ya ante ninguna puerta de concordia, ante ninguna persiana de ternura, ante ningún dintel ni balaustrada..”.[6]

La tiranía de Trujillo cayó meses después, el 30 de mayo de 1961, como efecto de un tiranicidio. Ese día se conmemora como la gesta de la libertad.

Después de esa pesadilla el país se encaminó hacia una transición democrática que ha ido reforzándose y consolidándose con el paso del tiempo. (portada)

 

Después de Trujillo

Los primeros años posteriores a la tiranía, es decir los de la década de 1960,  fueron de inestabilidad política y económica. Se estaba produciendo una readecuación del poder. Hubo un florecimiento de las libertades y se produjo la necesidad de aprender a vivir en democracia, para lo cual hubo que pasar la prueba de un lamentable golpe de estado en 1963, que abortó el desempeño del gobierno liberal e ilustrado del profesor Juan Bosch,  condujo a una guerra civil en 1965 y a sufrir una humillante y desconsiderada intervención extranjera militar.

Fue un difícil aprendizaje, que permitió comprobar que la democracia solo es eficiente cuando existen instituciones sólidas, y a su vez éstas dependen del nivel medio de educación. Pudimos aprender que la madurez democrática no se alcanza necesariamente cuando el ser humano es libre de tutelas políticas, sino cuando tiene dominio de su consciencia, conocimiento crítico de sí mismo y de lo que le rodea, y capacidad para distinguir, discernir.

Un pueblo educado puede sacar lo mejor del sistema democrático; un pueblo de menor nivel educativo tendrá que esforzarse para lograrlo, porque puede ser presa del populismo o del clientelismo, que tienden a corromper las instituciones y a mantenerlo en la oscuridad por medio de la envoltura engañosa e ilusionante del manejo de la dádiva como recurso para mantenerse en el poder. Y así puede recrearse un círculo vicioso. Latinoamérica como un todo tiene una gran experiencia del modo como estos flagelos han erosionado el potencial de nuestros pueblos, con el agravante de que todavía siguen incidiendo en la modelación de su futuro.

En el aspecto económico, en la década del 60, en el comienzo del régimen democrático, se alentó el consumo porque había que aliviar las presiones sociales, que habían estado contenidas por decenios. (Grafico) Así, se redujeron algunos impuestos; se bajaron los precios de determinados alimentos; subió el empleo público; y se elevaron los salarios. Se produjo un cambio radical en los hábitos de consumo, pues se pasó de la estrechez y represión del mismo a una explosión de adquisición de bienes importados, no conocida hasta entonces. A partir de ahí el intercambio comercial con el resto del mundo muestra un patrón favorable a las importaciones, alentado por las políticas que se han seguido.

La década del 60 resultó ser fructífera en la creación de instituciones. Surgieron las asociaciones para el desarrollo de algunas provincias. Se crearon universidades privadas que hoy gozan de gran prestigio. Emergió la banca de capital nacional. Se introdujo el sistema mutualista de ahorros y préstamos para la vivienda; e hizo irrupción a finales de esa década la banca hipotecaria. Así se sentaron las bases para la promoción y canalización del ahorro financiero.

Por su parte, la década del 70 fue pródiga en transformaciones. El manejo fiscal fue austero y privilegió la generación de ahorro interno para destinarlo a la inversión pública, sobre todo en construcciones. (grafico) La agricultura transfirió parte de su excedente a las ciudades para abaratar el precio de los alimentos, al tiempo que se produjo la declinación de los salarios reales.

Se hizo énfasis de nuevo en el proceso de industrialización por sustitución de importaciones, tan vinculado a las ideas de la CEPAL. (gráfico).  Así se promulgaron leyes de incentivo industrial orientadas a exonerar el pago de impuestos a determinadas actividades, siempre que esos recursos fueran invertidos o reinvertidos en la actividad industrial. Eso produjo un auge en la inversión y el crecimiento de ese sector, pero incrementó las importaciones de materias primas y comenzó a deteriorar la cuenta corriente de la balanza de pagos, al tiempo que se consolidaba un modelo de economía protegida con aranceles altos.

Asimismo, la política monetaria se orientó a la creación de instituciones financieras desarrollistas a favor de la industria, del agro, y del turismo. En adición, (gráfico) el crédito se canalizó en más de un 60% a la producción, lo cual con el paso del tiempo cambió radicalmente.

En este decenio se consolidó un modelo político de democracia formal, pero con subordinación de los poderes del Estado a un ejecutivo fuerte, sin independencia en los hechos, lo que diluyó el necesario proceso de fortalecimiento de las instituciones. Se volvió al culto a la personalidad y a propiciar la reelección presidencial bajo el argumento de que había que aprovechar y hacer permanecer a líderes visionarios, ilustrados, insustituibles, de gran bagaje intelectual. (portada)

 Y ciertamente, quien ostentaba la dirección del estado en ese momento, el Dr. Joaquín Balaguer, poseía grandes atributos intelectuales, con visión universal, pero desafortunadamente sucumbió a la tentación de orientar las políticas públicas hacia asegurar su permanencia y, adjetivamente, hacia el crecimiento económico y social. Esa personalidad ostentó el poder durante 22 años, no continuos, y su desempeño, con luces y sombras, hizo que se desaprovechara la oportunidad para que las instituciones limitaran, encauzaran el devenir de las conductas individuales. Y sobre todo a que se antepusiera la conveniencia nacional a la individual.

Ese hecho, ese detalle, esa manera de hacer política condicionó el ejercicio del poder hasta el presente.

Por lo que respecta a la década de los ochenta, es de ingrata recordación para Latinoamérica y se la conoce como la década perdida. La deuda externa había crecido significativamente, los mercados internacionales se cerraron, las tasas de interés se elevaron y muchos países de la región no pudieron cumplir con sus obligaciones y entraron en situación de impagos. Los capitales dejaron de entrar y eso produjo un retraimiento en el producto interno bruto de los países de la región.

República Dominicana no fue la excepción, aunque los efectos de esa crisis nos golpearon con menor intensidad por nuestra baja exposición en los mercados internacionales. La necesidad de mejorar los resultados de la cuenta corriente, llevaron a explorar el desarrollo de nuevas actividades productivas. Es en esta década en que se inicia la expansión de las empresas de zonas francas industriales orientadas a la exportación, de las empresas de turismo y la explotación de la mina de oro a cielo abierto de Pueblo Viejo, una de las más importantes del hemisferio occidental. Y es en la misma en la que el petróleo comenzó a configurarse como una fuerza económica extraordinaria, cuyos incrementos de precio obligaron a ajustes significativos en nuestras economías.

En la década del 90 se consolidaron las zonas francas industriales y el turismo como actividades principales, al tiempo que las exportaciones tradicionales como azúcar, café, cacao y tabaco experimentaron un proceso de declinación. Es en este decenio que se aprovechó la oportunidad de  acceder en condiciones preferenciales al mercado de EE.UU. bajo la Iniciativa para la Cuenca del Caribe. Se revisaron o aprobaron nuevas leyes, por ejemplo la relativa a la inversión extranjera para atraer inversiones.

Los años de esta década de los 90 fueron de grandes cambios. En el orden económico, probablemente el más importante fue la reforma tributaria, mediante la cual se universalizó el impuesto sobre la renta, se bajaron las tasas impositivas que antes eran confiscatorias. Lo mismo se hizo con los aranceles aduaneros. Además, los impuestos específicos que conferían rigidez al sistema tributario, se convirtieron en ad valorem. Por otro lado, se liberalizó el mercado financiero, que antes estaba sujeto a tasas de interés controladas y a diversos mecanismos de represión del crédito.

En adición, se inició el proceso de privatización de las empresas públicas, incluyendo las del sector eléctrico. Y se dotó a ese sector de un marco jurídico orientado a favorecer un entorno competitivo y a atraer inversiones, con el objetivo de dar suficiencia, estabilidad y calidad a la oferta de energía. Sin embargo, esas intenciones no se materializaron en la medida de lo deseable, porque en el fondo se ha mantenido un precio político a la energía, así como un gap entre energía servida y cobrada. Recientemente se han estado adoptando medidas orientadas a terminar de darle confiabilidad al sistema eléctrico.  

En el orden social, se dictaron nuevas leyes de trabajo, de educación y de salud; se puso en vigencia un plan decenal de educación y se llevó a cabo un proceso de discusión que culminaría después en la creación de un sistema universal de seguridad social.

Pero probablemente los cambios más trascendentes se registraron en el orden institucional. En efecto, se modificó la Constitución para prohibir la reelección presidencial, separar las elecciones congresuales y municipales de las presidenciales, avanzar hacia un poder judicial independiente, y  garantizar la confiabilidad de las elecciones. 

Esta reforma del devenir institucional ha sido una aspiración constante en lucha permanente con la práctica de usar el poder para conveniencias de grupos y una vez allí perpetuarse. 

En cuanto a los primeros once años de este siglo 21, han sido fructíferos en algunos aspectos, no tanto en otros, pues tuvimos que pasar una crisis bancaria que causó un fuerte impacto en los indicadores económicos.

Se pusieron las bases jurídicas para un sistema de seguridad social de amplia cobertura, lo que tiene vocación de convertirse en el tiempo en una gran revolución social y económica. (gráfico) Se logró eliminar una de las causas de la vulnerabilidad de los ingresos tributarios al fijar el impuesto selectivo y al valor a los combustibles, en lugar del impuesto residual que existía a través de la definición del precio final. Este precio hasta entonces había sido objeto de una fuerte politización.

También en esta década se firmó el acuerdo de libre comercio con EE.UU. y Centroamérica, mediante el cual se desmontaron las preferencias arancelarias pero se aseguró el acceso a un mercado relevante. Esto implicó reformar y modificar muchas leyes, entre ellas la arancelaria, cuyos tipos fueron reducidos sustancialmente con objeto de propiciar mayores niveles de competencia.  También se firmó el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Y todo esto configura un marco favorable  para la expansión del intercambio internacional. (portada)

En adición, se aprobó una nueva ley monetaria que establece mayor autonomía de la autoridad monetaria e impide al Banco Central financiar el déficit público. Asimismo, se aseguró la libre convertibilidad de la moneda y el establecimiento de un tipo de cambio unificado de mercado. Para comienzos del 2012 comenzará a funcionar un esquema de metas de inflación, con lo que se espera mantener mayor control sobre esa variable, pero sobre todo anclar las expectativas de precios.

En estos últimos años el énfasis en la política económica se ha puesto en mantener la estabilidad cambiaria, es decir nominal, aunque no necesariamente la real, pues la inflación ha estado permanentemente por encima de la variación del tipo de cambio nominal. Ese clima de relativa certidumbre cambiaria ha facilitado que el flujo de inversiones extranjeras se haya multiplicado y que asimismo hayan entrado significativas inversiones de cartera.

Podría decirse que en mi país, luego de avances y retrocesos, hemos aprendido el valor de la confianza. Y, ciertamente, un clima económico cambiante, con incertidumbres y medidas arbitrarias, inevitablemente termina ahuyentando los capitales y hundiendo el crecimiento. Eso, tan obvio, no siempre se ha tenido en cuenta en nuestra región.

No obstante, el concepto de estabilidad que prolifera en muchos de nuestros países se asienta sobre lo nominal y cuando se enfoca en el tipo de cambio puede encerrar una contradicción: da lugar a una economía en la que gradualmente se erosiona la competitividad y los sectores transables pierden posicionamiento. Esto puede conducir a la entrada de capitales a los sectores no transables, lo que mantiene estable o apreciado el nivel del tipo de cambio, al tiempo que la cuenta corriente se deteriora. Visto así, contiene en si misma los gérmenes del desequilibrio. 

Por otro lado, el patrón fiscal se ha caracterizado por un nivel de tributación situado en la escala intermedia de las economías latinoamericanas, y por un gasto público que requiere ser readecuado para atender en mayor medida las necesidades sociales, económicas y de infraestructura. En las últimas semanas se ha estado produciendo un proceso de modificación tributaria con objeto de asegurar que el déficit del gobierno central no exceda del 1.6% del PIB. Este umbral de déficit es bajo, si se compara con el resto del mundo. Se busca permitir que la relación deuda pública/pib se sitúe por debajo del 28% del PIB en que se encuentra.

Según Latinobarómetro (grafico) somos el país donde un mayor porcentaje de la población está convencida de que la carga tributaria es alta, a pesar de que en términos comparados las cifras dicen que no lo es tanto. Es probable que esto tenga que ver con la calidad del gasto público.

Es previsible que en los próximos meses pueda ser acordado un pacto fiscal que permita el relanzamiento del Estado de modo que pueda ofrecer con mayor solvencia los servicios fundamentales que la ciudadanía requiere. Hasta el momento, el sector empresarial ha expresado su interés en participar en la discusión de ese pacto, y las autoridades han expresado su intención de concretarlo, lo que permitiría no solo incrementar la presión tributaria, sino también revisar las prioridades y la calidad del gasto.

En resumen, estos últimos 50 años han dado para mucho. Han sido testigos de grandes iniciativas, de éxitos y fracasos. La República Dominicana se ha desenvuelto en ese período con solvencia y desempeño satisfactorio relativo. Hemos seguido una evolución parecida a la del resto de los países latinoamericanos. Nuestras políticas han sido similares, a lo cual no ha sido ajeno este organismo de la CEPAL, como tampoco los demás organismos internacionales especializados en el ámbito económico.

En todo caso, siempre hay que mantener la exigencia de que pudo y debió haber sido mejor. En ese tiempo la sociedad ha avanzado, la economía ha crecido, el país se ha modernizado, las urbes se han expandido, las inversiones en proyectos turísticos dan al litoral un perfil nunca antes soñado. Es ostensible el vigor y dinamismo económico. A pesar de todo eso, sigue habiendo exclusión social y desigualdad profunda.

Por encima de todo conviene destacar que en el seno de la población se mantiene latente la certidumbre de que si bien los retos son enormes, siempre podrán ser superados porque se tiene el convencimiento de que existen recursos humanos en capacidad de hacerlo y con vocación de lograrlo. Y ese es mi pueblo, permanentemente anclado en la esperanza; inmune a la desilusión; decidido a ponerse de pie cada vez que sea necesario. Y es por eso, por la calidad de ese pueblo, que hay que contemplar el futuro con optimismo.

En resumen, el país ha atravesado por varias etapas, no muy diferentes a las seguidas por las naciones de la región: (grafico) la primera etapa de industrialización vía sustitución de importaciones en la década de los 50; el período de inestabilidad política y económica de los 60; la segunda etapa de la industrialización por sustitución de importaciones en los 70; la década perdida de los 80; la expansión de las zonas francas y del turismo en los 90; y el actual crecimiento financiado con remesas y entrada de capitales.

Algunos indicadores nos pueden ayudar para conocer algo más del desempeño de la economía dominicana. Somos una de las economías latinoamericanas de mayor crecimiento del PIB en los últimos 50 años. (gráfico). En la década del 60, por las razones políticas que ya explicamos, y en la del 80 por los problemas de los altos precios del petróleo y la crisis de la deuda regional, tuvimos un desempeño más lento, pero positivo. En las otras décadas la economía creció en promedio en o por encima del 5% anual, que es una tasa robusta. 

Algunos retos pendientes

Desde que se creó el sistema económico mundial después de la postguerra, la humanidad ha dado un salto espectacular sustentado en el avance de la ciencia y de la tecnología, lo que ha provocado una revolución que ha modificado hábitos y costumbres. Sus efectos se irradian al mundo entero, pero lo hacen en mucha mayor medida a las áreas ya desarrolladas, puesto que es allí donde se origina y ensancha ese proceso de cambio. Así se profundiza aún más la brecha que separa a los países desarrollados de los que no lo son. (portada)

Este es un reto enorme para nuestros países, que nos obliga a concentrar nuestras energías  y a promover un salto cualitativo y cuantitativo en la educación de nuestros pueblos.

Los resultados de las pruebas comparativas, como PISA, indican con claridad que los países de América Latina se encuentran muy rezagados de los que van adelante. También reflejan que entre las naciones latinoamericanas hay diferencias notables. Pero aún entre los nuestros con mejor desempeño, si los comparamos con los resultados de otras áreas geográficas, existe un abismo que nos sitúa en posiciones muy lejanas.

Por tanto, los recursos tienen que orientarse con suficiencia a disminuir esa brecha y a perseguir la excelencia.  La conclusión es clara: no lo estamos haciendo tan bien como podríamos y deberíamos hacerlo y, por eso otras regiones se están alejando de nosotros en desempeño educativo, económico y social.

Por otro lado, el sistema económico y político creado en la postguerra está siendo desbordado por los acontecimientos. Hemos pasado de un patrón oro dólar, con paridad fija, a otro de libre flotación. La expansión de las monedas de reservas no está sujeta a regla alguna. El intercambio comercial y de capitales se realiza en medio de desequilibrios que tienden a profundizarse. La especulación financiera domina el escenario e impone su propia lógica.

El centro de poder económico se ha estado desplazando progresivamente y esas áreas que emergen acumulan enormes activos financieros expresados en monedas de reserva. Las instituciones calificadoras de riesgo se han mostrado inoperantes para dar señales cuando la crisis se nos venía encima y después se han empeñado en ser incisivas colaborando en la degradación de los indicadores de países, perjudicando sus posibilidades de recuperación.

Todo luce indicar que más temprano que tarde habrá que reordenar el sistema económico internacional, tanto para limitar el tamaño de los desequilibrios como para poner medida a la expansión de la emisión monetaria, pues nos estamos desenvolviendo en un escenario de gran incertidumbre, que en ocasiones ha llevado a colindar con el desastre. Mientras llega este reordenamiento, es importante que los países latinoamericanos sepan preservar su casa en orden. Esta es una receta antigua, pero nunca ha dejado de ser apropiada. En parte significa no descansar tanto en el endeudamiento, y estimular la generación de ahorro público corriente para ser destinado a inversiones productivas, incluyendo la dotación de infraestructuras de calidad mundial y la inversión social. E incluso para crear un superávit primario que sirva de amortiguador ante lo imprevisible.

El endeudamiento puede generar adicción y la ilusión de que su pago es irreal porque se autofinancia, pero cada vez con un mayor nivel de deuda. Ocurre, sin embargo, que no siempre es posible renovar el crédito porque los mercados son cambiantes y sensibles. En esas circunstancias una alta exposición, unida a la percepción, real o aparente, de falta de confianza o pérdida de credibilidad, puede arrojar resultados traumáticos, tal y como estamos contemplando en el caso de algunos países europeos. Es en ese espejo que tenemos que contemplarnos para evitar llegar allí.

Raúl Prebisch, un símbolo de esta institución, antes de ejercer la Secretaría Ejecutiva de la CEPAL participó en la elaboración de los pilares de lo que llegaría a ser el Banco Central de la República Dominicana, constituido en 1947, luego de que transcurrieran 42 años de que se hubiese mantenido al dólar, desde 1905, como moneda de circulación legal.

Nunca olvidaré la advertencia que dejó escrita en el sentido de que ese instrumento monetario emisor podría ser usado tanto para hacer el bien o para diseminar el mal, dependiendo de la forma como se manejara e instando a que se fuere cauteloso. Esos sabios consejos no siempre fueron observados ni en mi país ni en el resto de la región, aunque el tiempo ha llevado a reconocer su valía.

También dejó su apreciación acerca de las bondades de un organismo emisor, destacando que podría contribuir a ejercer funciones anti cíclicas para aliviar la caída en recesión o en menores niveles de actividad económica, tesis cuya validez está siendo puesta a prueba en esta época de crisis financiera y económica global. No está claro todavía cuál es la conclusión final que habrá que sacar de esta prueba, porque existe un umbral de difícil identificación que no debe ser traspasado, ya que si así fuere los males serían peores. De nuevo, en este caso lo vital es mantener la prudencia y jamás creer que el instrumento monetario es una vara para hacer milagros.

Por otro lado, en el mundo de hoy tan abierto y comunicado, mantener la competitividad es una necesidad. Para países de mercado pequeño o mediano la meta es la inserción en el escenario económico internacional a plenitud, pero con la existencia de bloques comerciales hay barreras evidentes que lo dificultan, aunque estos pueden concebirse como una aproximación al libre comercio mundial por ensanchamientos sucesivos.

Y también existen otras barreras de carácter interno. Estas últimas pueden verse agravadas en casos especiales, verbigracia cuando el flujo de remesas adquiere un nivel de relevancia tal que provoca la existencia de un tipo de cambio apreciado. O cuando se generan flujos intensos de capitales, que provocan el mismo efecto. Este tipo de eventos tiende a recrear condiciones similares a las que causaron la llamada enfermedad holandesa en época pasada.

En estos casos de apreciación del tipo de cambio la región está teniendo el cuidado de manejarlos con prudencia, aunque algunos países han optado por aprovechar el efecto positivo que tiene sobre la inflación aún a costa de deteriorar las posibilidades de competencia del aparato productivo. Y con visión de largo plazo, eso no parece ser sano ni conveniente. Por tanto, lo menos que podemos hacer es remover las barreras que auto creamos, en lo que se da  tiempo a remover las que no dependen de nosotros, las externas.

Otro gran reto es el que atañe a países en los que se da una gran movilidad poblacional y se genera un fuerte movimiento migratorio. En mi país lo tenemos tanto en sentido de salida como también de entrada. Y es probable que estén interconectados, que uno alimente al otro.

En nuestro caso el flujo inmigratorio proviene del vecino Haití, para quienes somos un polo de desarrollo en términos comparados. Es una inmigración ilegal y multitudinaria que se ha constituido en un problema principal y afecta tanto la composición del mercado de trabajo como la distribución de la población dentro del segmento formal e informal, expandiendo en términos relativos el informal. (gráfico) Un asunto tan complejo requiere de una serena comprensión, de un legítimo sentimiento solidario y de una especial cooperación internacional, pero naturalmente enmarcado dentro de la necesidad que tenemos de preservar nuestra soberanía y destinar nuestros recursos escasos al desarrollo de nuestra propia población.

En lo que respecta al flujo de salida, en parte se genera por la presión que ejercen los inmigrantes sobre nuestro mercado de trabajo. Se trata de una situación compleja. Tal vez habría que revisar el marco de políticas económicas, porque es a su incapacidad para promover resultados más satisfactorios desde el punto de vista del desarrollo humano, a las que hay que atribuir en buena parte la existencia del flujo migratorio de salida, e indirectamente al de entrada, pues uno retroalimenta al otro. Y es obvio que también se requiere de una firme voluntad política para hacer frente, con decisión, a problemas tan complejos. (portada)

Quiero finalizar haciendo un comentario sobre lo que subyace en todo lo que he venido mencionando a lo largo de esta charla: si el régimen democrático que tenemos en nuestros países, o en la mayoría de ellos, es funcional o no lo es.

Si lo medimos por los resultados, en sentido general la respuesta sería que no, claro está con diferencias notables entre países. En estos últimos 50 años, Latinoamérica si bien ha mejorado sus indicadores económicos y sociales, ha quedado muy rezagada si se la compara con el desempeño de otros países.

La región ha avanzado en múltiples aspectos, pero no lo ha hecho con la intensidad que se requería. Por eso, ya existe no sólo la brecha norte-sur, sino una más reciente que es horizontal, la que nos separa de un grupo de países asiáticos que hace 50 años veían con admiración el vigor de las economías del continente, y que ahora nos contemplan desde arriba después de la realización de un formidable esfuerzo que los ha catapultado al desarrollo.

Desde la perspectiva de mi país, podríamos ser optimistas regodeándonos en la autocomplacencia por todo lo que habríamos avanzado en materia política, social y económica. Pero esto sería un grave error, porque aunque lo hemos hecho relativamente bien, hemos estado situados por debajo de nuestro potencial y todavía gravita una enorme deuda social que algún día tendrá que ser cubierta.

El imperativo de la hora es vivir en democracia, pero haciendo que este sistema de representación política y de gobierno resuelva y no posponga los problemas de la población, esté comprometido con el desarrollo del ser humano, con la eliminación de la pobreza y desigualdades, y con la creación de un entorno económico de seguridad jurídica, fortaleza institucional, en que las empresas sean generadoras eficientes de valor, y mantengan ofertas de bienes y servicios de calidad mundial que puedan competir en cualquier mercado.

Para eso la clase política tiene que dejar de lado los viejos esquemas del clientelismo y populismo, y modernizar su discurso y manera de actuar. Ya es hora de dar estabilidad, permanencia a la constitución de cada país, y abandonar la práctica tan corriente de modificarla cada vez que a alguien se le ocurra hacerlo para acomodar sus ambiciones personales. 

América Latina necesita con urgencia de un proyecto regional de envergadura ajustado a las necesidades de cada pueblo, que aglutine sus esfuerzos por un período largo y continuado, dentro de un marco que propicie la confianza y credibilidad, dentro de reglas de juego conocidas y de razonable durabilidad, y con leyes y normas de cumplimiento insoslayable.

Necesita innovar, producir, proveer trabajo digno y bien remunerado, amparado en protección social, que diluya la exclusión, en un clima de respeto a la propiedad, dentro del sistema capitalista. Requiere abrirse en mayor medida al exterior y hacerse competitiva sin que valgan las excusas. Necesita menos populismo y mayor coraje para enfrentar sus problemas. Menos ambición de nuestro liderazgo político por mantenerse en el poder y más sentido colectivo para impulsar proyectos nacionales.

Y para eso se requiere de un liderazgo político, económico y social con capacidad para elaborar y comprometerse a ejecutar planes de largo plazo, de 20 años o más, dando paso a la alternancia en el poder para mantener desde el mismo el hilo conductor que no debe ser otro que alcanzar el desarrollo humano, con apego a un pacto de nación.

Latinoamérica fue una vez el nuevo mundo; el imán que atraía a todos aquellos carcomidos por la codicia y la sed de aventura; el continente de la esperanza. Hace tiempo que dejó de ser así. En lugar de eso, con el paso del tiempo se impuso el conformismo, se instaló la medianía; se esparció la pobreza y la desigualdad; aparecieron los mercaderes disfrazados de sacerdotes que crearon la confusión de Babel.

El filósofo Bertrand Rusell[7] afirmó que “el mundo antiguo descubrió en el imperio romano, es decir en la fuerza bruta, un término a la anarquía, y que el mundo católico buscó un término a la anarquía en la iglesia, que era una idea, aunque nunca ha sido incorporada adecuadamente.” A nuestro entender, América Latina necesita combinar ambas cosas, idea y fuerza, esta última sustentada en la democracia, para superar los demonios de su propia anarquía y su falta de capacidad para conducirse dentro de un orden regido por el imperio y aplicación de la ley.

En este templo del conocimiento económico, podría concebirse la ilusión de que la región podría volver a creer en asirse a la esperanza, siempre que la idea y la crítica seria imponga su razón y empequeñezca al halago tentador. De este templo siempre se ha esperado que emerja el consejo útil, la idea fuerte, irreverente, que de soporte y espolee a las políticas públicas y ayude a orientar y a unir voluntades para hacer, construir, crear riqueza colectiva, reducir desigualdades. 

Lo otro, la acción, no es cuestión de centros del análisis y difusión de las ideas, pero si puede estar motivada, impulsada, orientada por el pensamiento visionario, iluminado, comprometido. 

Eso les dejo como mensaje de un país pequeño, con vocación de grande en sus sueños. Ustedes, aquí, reconociendo con admiración todo lo que han hecho, también podrían ser todavía más. Y siéndolo nos ayudarían a que lo seamos todos.

Gracias por haberme permitido hacer uso de su tiempo tan comprometido. Ojalá haya podido transmitirles las vibraciones de un pueblo que sigue creyendo que puede, que todos juntos podemos transformarnos y alcanzar el dorado del desarrollo humano y social.

Gracias.



[1] Don Juan Bosch: “Desde Cristobal Colón a Fidel Castro :El Caribe, frontera imperial”.

[2] Roberto Cassá, “Análisis sobre la Era de Trujillo, 50 años después”, conferencia en el AGN, mayo del 2011.

[3] Isidoro Santana: conferencia en el AGN sobre la economía dominicana 50 años después de la tiranía”

[4] José Cordero Michel:”Análisis sobre la Era de Trujillo, 1959”.

[5] Andrés L. Mateo, “Trujillo, la intelilligentsia y el poder, periódico Hoy, 8 de junio del 2011.

[6] Pedro Mir:”Hay un país e el mundo y otros poemas”.

[7] Bertrand Russell: “Historia de la filosofía occidental”.

publicado por egarciamichel a las 21:54 · 1 Comentario  ·  Recomendar
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publicado por seo plugin, el 24.05.2017 02:54
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