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07 de Agosto, 2011 · economía

cara y cruz de los invernaderos

Cara y cruz de los invernaderos

Por Eduardo García Michel

A la depredación de los recursos naturales a que hacíamos referencia en un artículo anterior, debe agregarse la modalidad de tierra arrasada introducida por la nueva vanguardia de la frontera agrícola en que se ha convertido una parte de los llamados invernaderos.

Bien es cierto que los invernaderos pueden producir beneficios significativos al país: elevar el empleo, aumentar la producción, incrementar los ingresos, generar o ahorrar divisas. De ahí que se impone favorecerlos, respaldarlos y defenderlos.

Pero no se puede compartir ni aplaudir la cuasi costumbre que ya se ha establecido de que para promover una nueva actividad  productiva se tenga que recurrir a prácticas que son nocivas y que desnaturalizan el propósito de su introducción, o se tenga que eliminar otras fuentes de producción existentes. 

La historia nos muestra que para estimular la industrialización, procedimos a olvidar e  ignorar la agropecuaria. Para fomentar el turismo y las zonas francas, relegamos la industria. Ahora, para promover los invernaderos no tenemos necesidad de destruir otras opciones productivas, sino injertarlos como un complemento que no dañe a las demás.

Los invernaderos están siendo instalados donde existe capa vegetal fértil, que es removida por aparatos mecánicos, despojando al suelo de las esencias fértiles que la naturaleza creó en un proceso milenario. Cuando ese negocio deje de ser rentable, y no cabe duda de que en algún momento dejará de serlo, sólo quedará el suelo árido, como recuerdo del daño que el género humano puede causarse a sí mismo.

No hay necesidad de que para instalar una nueva actividad como la de los invernaderos, se destruyan recursos naturales, habiendo, como ciertamente hay, grandes espacios de tierra árida en que bien pudieran ser situados. Como tampoco debería permitirse que se dejen de adoptar medidas para limitar el daño ambiental que producen y reducir la erosión de la tierra en su entorno.

Tampoco debería tolerarse que la marea de plásticos de estos invernaderos arruine destinos con vocación turística y/o ecológica, como Villa Trina, Jarabacoa, Constanza, San José de las Matas, San José de Ocoa, y otros similares, pues pocos visitantes o turistas querrán ir a lugares de montaña de clima templado, una auténtica rareza y joya en el trópico, a contemplar miles de metros cuadrados de techos artificiales en vez de admirar la plácida visión de los bosques de pinos u otras especies, que son la fuente de las aguas vitales para la vida y la producción, condenados a desaparecer por la indolencia de todos. O simplemente a contemplar la belleza de los valles y montañas  recubiertos de la masa verde color de la esperanza.

En Almería, España, hay extensiones kilométricas de invernaderos, pero situados en tierra desértica, que no compite con destinos turísticos, ni con explotaciones agrícolas tradicionales, y en donde se cumplen las normas ambientales. A eso se le llama aprovechar óptimamente lo que se tiene, en vez de destruir lo que ya está o tiene potencial de desarrollo.

Ante tal estado de cosas, es urgente el inicio de un movimiento ciudadano que ponga fin a tanta ceguera.  

Los invernaderos son necesarios; constituyen una opción productiva valiosa, pero no puede seguirse permitiendo que esta actividad se inserte en la economía de la misma forma como lo hacen las guaguas voladoras y los carros de concho destartalados en el tráfico urbano, es decir caóticamente, causando más contratiempo que el escaso servicio de baja calidad que proveen.

Es obvio que se necesita de decisión política para reorientar esta actividad, para sacarle el mejor provecho sin afectar a otras.

Por tanto, decimos:

Hay que regular la instalación de invernaderos para que no sigan arruinando tierras fértiles. Hay que buscar las opciones tecnológicas que permitan instalarlos en tierras áridas y de clima tropical cálido. Hay que ubicarlos donde no dañen el turismo de montaña, ni desplacen otras actividades, ni perturben el vecindario donde muchos de ellos se encuentran ubicados, ni arruinen inversiones urbanas o suburbanas que han costado grandes sacrificios a sus propietarios.

No puede ser que siga prevaleciendo la ley de la selva, dónde cada cual hace lo que le apetezca sin importar si daña a otros; no tiene sentido que continúe prevaleciendo la conveniencia de unos pocos que creen que en sus tierras pueden hacer lo que les dé la gana, aunque eso implique arruinar el vecindario, contaminar el entorno, destruir otras formas de negocios, deteriorar el medio ambiente.

Hay que hacer más, por Dios, y sacudirnos de esta terrible indolencia que nos mantiene paralizados, contemplativos, mientras vemos como el país se diluye y pierde para siempre lo que una naturaleza pródiga nos legó.

En consecuencia, sí a los invernaderos, pero sin los efectos negativos que se desprenden de su forma de instalación y ubicación inapropiada en muchos lugares del país.

publicado por egarciamichel a las 22:02 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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