¿Qué sociedad somos, a 50 años de distancia?
Eduardo García Michel
A 50 años de distancia han cambiado muchas cosas, por no decir todo, como es natural que suceda. Entre el país de hoy y el de hace 50 años no sólo hay medio siglo de diferencia, sino una visión y quehacer humano radicalmente diferentes.
50 años después de Trujillo somos una sociedad abierta, participativa, democrática, que si bien sigue exhibiendo las lacras del subdesarrollo, al igual que sus pares latinoamericanos, está situada en un estadio más avanzado, con infraestructura diversificada y una población de predominio urbano, consciente y celosa de sus derechos, tal vez no tanto de sus deberes.
La economía se abrió a la iniciativa particular, aunque está pendiente la meta de hacer competitiva la producción, mejorar el empleo, el ingreso y la distribución, pero se ha rebasado el coto cerrado que sólo permitía tener éxito en las actividades empresariales a los bendecidos por el régimen.
50 años después vivimos en una libertad tan absoluta, que es probable que hayamos olvidado lo que costó alcanzarla en términos de sangre, vidas perdidas, sufrimientos acumulados, angustia familiar, frustraciones colectivas.
A 50 años de aquello debatimos con intensidad si se extiende el continuismo en el poder, o no lo hace; si se viola o no la constitución; si se aprueba un presupuesto mayor para la educación o no se aprueba; si los aviones tucanos son la solución al problema del narcotráfico o no lo son; si se eligen jueces independientes, o no se eligen; y quién sabe si llegará a debatirse si los jueces imparten justicia oportuna y en función de lo que es justo, o hacen lo contrario.
Tendemos a olvidar que era inimaginable poder expresarse sobre temas como esos y cualesquiera otros durante la tiranía.
Y ese poder cuestionar, el pronunciarse sobre ese sí o no tan elemental que acabamos de describir, no importa que tratase sobre asuntos de estado o sobre temas de menor trascendencia, es un rasgo de diferenciación fundamental, ya que en aquella época no había posibilidad de planteárselo en público, de opinar y mucho menos de exigir.
La recuperación de los valores humanos
Podría decirse que el hombre y la mujer dominicanos han recuperado la autoestima; han recobrado la condición integral de seres humanos; han reivindicado la existencia como seres dotados de consciencia, críticos, a quienes les asiste el derecho de no ser humillados, atemorizados, empequeñecidos; han aprendido el valor que tiene resistirse a vivir en un mundo en que predomine el envilecimiento, la delación, la tortura, el abuso.
Entre todas las taras y abominaciones que introdujo la tiranía quizás la peor de todas, aun más que el crimen, despojo de propiedades, uso de la mujer como objeto sexual del sátrapa y de su camarilla, con ser como son espeluznantes, inadmisibles, la peor de todas fue convertir al ciudadano en un espía del amigo, en un ser que vendía su conciencia a cambio de compartir migajas atomizadas de poder.
Es decir, se creó un ser vacío de humanidad, carcomido por el servilismo.
Hubo daño a la sociedad, corrupción de las costumbres, lo que permitió que emergiera un grupo que ocupó un segmento de la cúpula del poder integrado por verdugos, incapaces de saciar su impudicia si no era sorbiendo la sangre de inocentes y mancillando la honra de hogares decentes, con salvajismo impropio de las bestias.
Es posible que algunos piensen que se exagera, porque para quienes no lo vivieron en carne propia resulta inconcebible lo que acabamos de narrar.
Pero fue así. Y para evitar que se repita es conveniente que se sepa, se recuerde y se lleve ese conocimiento a la consciencia de las generaciones jóvenes.