La motivación fundamental de la Gesta del 30 de Mayo
Por Eduardo García Michel
A pesar de lo que se dice, de los diplomas consagrando heroicidades, la gesta del 30 de Mayo todavía no ha sido entendida en su verdadera dimensión, ni valorada en su carga extraordinaria de desprendimiento, renuncia y generosidad.
A algunos les cuesta admitir, como si los prejuicios obnubilaran el entendimiento, que la determinación de sus integrantes estuvo motivada por un arranque cuasi místico, que les creó la obsesión de ofrendar a los hijos de esta tierra el fruto sagrado e invaluable de la libertad.
Esa fue la única y gran motivación que los unió y dio fuerza para enfrentar, derribar y ajusticiar al déspota. Por eso dieron la vida, sacrificaron a su familia, arriesgaron bienes, posición social y económica.
Y tuvieron éxito en el propósito, como nunca antes nadie lo logró, a pesar de que muchos lo intentaron. Consiguieron la meta suprema, aunque no pudieron completar la hazaña, pues el proceso de toma del gobierno para producir un cambio de régimen y conducir al país hacia la democracia, tuvo que ser completado por el cuerpo social, una vez liberado de sus ataduras.
Los hombres de la gesta del 30 de Mayo eran recios, imperfectos, impuros, comunes, colaboradores en alguna medida del régimen, pero tenían algo que los distinguía: el convencimiento de que debían cumplir una misión histórica. Les dolía su pueblo, les atormentaba el espíritu cada vez que conocían o escuchaban de alguna nueva ignominia, de un abuso, humillación. Y por eso actuaron. Se elevaron sobre sus propias miserias, vencieron sus escrúpulos, y con un solo acto fugaz purificaron el devenir de toda una vida.
De acuerdo a la documentación fidedigna disponible, el grupo de la gesta estuvo integrado por 19 personas: Antonio de la Maza Vásquez, Juan Tomás Díaz, Eduardo Antonio García Vásquez, Modesto Díaz, Miguel Ángel Báez Díaz, Pedro Livio Cedeño, Mario de la Maza Vásquez, Ernesto de la Maza Vásquez, Tunti Cáceres Michel, Huáscar Tejeda, Roberto Pastoriza, Luis Amiama Tió, José René Román Fernández, Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert Barreras, Amado García Guerrero, Miguel Ángel Bissié, Ángel Severo Cabral, y Manuel de Ovín Filpo. A ellos se les unieron, esa noche, Bienvenido García Vásquez y Marcelino Vélez Santana. Bolívar de la Maza Soto estaba al tanto de los planes, pero no se había previsto su participación directa.
De todos ellos, 8 pudieron actuar esa noche, 1 al entregar las armas y 7 situados en la avenida, con distintos grados de participación. Los demás no pudieron hacerlo por las circunstancias que ocurrieron, pero todos asumieron el mismo riesgo y compromiso.
Sobrevivieron a la persecución de la tiranía Antonio Imbert Barreras, Eduardo Antonio García Vásquez, Luis Amiama Tió, Miguel Ángel Bissie, Ángel Severo Cabral, y Manuel de Ovín Filpo. También lo hicieron Bienvenido García Vásquez y Marcelino Vélez Santana.
Esa es la verdad en cuanto a la composición del grupo con compromiso directo de actuar, regateada todavía a la distancia de 50 años por aquellos que piensan que el sacrificio sublime de tantos es propicio para montarse en el carnaval de las distinciones sociales y mecerse en el columpio de las mezquindades, así como por los que se conforman con repetir la falsa historia que la inteligencia del régimen se esmeró en dejar escrita.
Hubo otras personas y grupos que llegaron a adquirir cierto compromiso, aunque menos firme y comprometido, y que no se mencionan aquí porque la lista es larga e inadvertidamente podrían quedar algunos al margen. Sépase que el propósito final era tomar el poder para propiciar el advenimiento de la democracia y las libertades.
En la conmemoración del cincuentenario del 30 de Mayo toca cambiar la perspectiva. Hay que fijar la atención en el arrojo, gallardía, espíritu de enfrentar y superar los males, que estuvieron presentes en los integrantes de la gesta.
Y no en su antítesis, la figura diabólica del tirano, que a pesar de los pesares sigue ejerciendo una fascinación enfermiza en la conciencia colectiva y en una parte de nuestros intelectuales y medios de comunicación, que no han podido superar el condicionamiento que parece agarrotarlos, como si hubiesen quedado petrificados en el discurrir ligero a través de los salones de gala de la tiranía, por el fogonazo insigne que derribó el mito.
A 50 años ha habido tiempo suficiente para haber enmendado errores, corregido perspectivas, haberse compenetrado de un análisis más objetivo, fundamentado en datos y evidencias válidas, pero desafortunadamente lo que se ve es casi siempre la vulgaridad ramplona, el regodearse con la reseña nostálgica de crónicas rosas del entorno del tirano, y la repetición hueca de medias verdades y medias mentiras, que deja en entredicho la formación y el espíritu crítico de nuestras jóvenes generaciones.
