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09 de Octubre, 2011 · cuento sátira política

Moca, excelencia y valores

Moca, excelencia y valores

Eduardo García Michel

Llegamos a Moca. Íbamos a testimoniar amistad al Dr. Fernando Rojas Mejía, que ha dedicado su vida, plena de talento, al servicio de la comunidad en materia sanitaria. Y también a asistir a la función de premiación a la “excelencia mocana en la cultura, música y el arte”. 

Arribamos a las 8.30 p.m. al Club Recreativo. El escenario y las luces presagiaban que allí se celebraría una noche mágica.

Y así fue. Empezó a llegar el público; aumentó el fervor. Las personalidades a ser reconocidas se dejaron ver. Había un poco de todo: músicos, cantantes, pintores, artistas, y gente destacada en diversas manifestaciones del saber.   

Empezó la función bajo el impulso de los hermanos Castillo y de Adriano Miguel Tejada, con presentadores de gala: Luz García y Domingo Bautista. Sonó la música de aquella magnífica orquesta, afinada, nítida, impecable.

Y comenzó el llamado a los premiados: que si Guillo Pérez; que si Camboy Estévez; que si Rubén Lulo; que si Artagnan Pérez; que si Papa Molina, que si Catana Pérez, que si  Frank Cruz; que si Víctor Taveras; que si Luis Ovalles; que si éste, si aquel.

Una premiación pensada no sólo para reconocer el talento, sino para que sirviera de motivación y ejemplo a los demás. A lo lejos se oían las exclamaciones y, en algunos casos, el comentario de que: “¡no sabíamos que era de Moca!”

Confieso que en ese ambiente estimulante volví a sentirme aquel muchacho adolescente que, con sus canillas largas y flacas recorría a pie las calles del pueblo, sin destino fijo, de arriba abajo, y de abajo a arriba, curioseando, tropezando con tanta gente, de las cuales siempre recibí una mirada amable, un guiño cómplice.

Y cómo olvidarlo, como no reconocer ese cariño inmenso, sin merecerlo ni remotamente, sólo porque me identificaban, con su hermosa solidaridad, como uno de ellos. Por eso me afano en demostrar que sigo siéndolo.  

Al día siguiente, Fernando y yo quisimos visitar a un símbolo, a una mujer extraordinaria, ya entrada en edad, a la que muchos como yo debemos tanto: a la señorita Virginia Ferreras, exdirectora de la escuela Domingo Savio, que nos proporcionó una rigurosa educación básica, sustentada en disciplina, dedicación y valores.

No pudimos verla. Pero desde aquí quiero decirle que uno de sus alumnos, quizás el que mayores dolores de cabeza le dio, por irreverente e inquieto, el llamado Cocoliso, le agradece todo lo que hizo en favor de los que estuvimos en su escuela, con la mira de que llegáramos a convertirnos en dignos de la condición humana. Y si bien no hemos llegado a ser la clase de seres que ella hubiera querido que fuéramos, es porque siempre nos vio con ojos amorosos y nos colocó en un umbral de expectativas situado más allá de nuestro potencial. Eso sí, nos hemos mantenido fieles a los valores que nos inculcó.    

Después subimos a la hermosa loma por el camino que va a Jamao. Lo confieso: es un panorama deslumbrante. Si usted no lo conoce, no deje de ir. Subimos a uno de los restaurantes, situado a unos 15 minutos de Moca, con vista espectacular hacia casi todo el valle del Cibao. Allí sentí la caricia de la brisa fresca, a veces fría, de la montaña. Y viví ese milagro en el trópico de disfrutar de una primavera permanente, en medio del calor sofocante del verano. La novedad es que ahora hay un hotel de 28 habitaciones, recién abierto, confortable.

En la terraza, celebramos el cumpleaños de Fernando.

Estábamos parte del grupo de los apóstoles, formado en la adolescencia, y que relativamente ha permanecido unido. En medio de las emociones y de los recuerdos, Antonio Rodríguez expresó, con orgullo, que cada uno de los doce había intentado cumplir una misión en la vida, en el sentido de imponerse un deber, dentro de una escala de valores, como si hubiese habido una premonición, siendo en algunos casos referentes en sus respectivas áreas de influencia, pequeña o amplia. Y doy fe de que él es un ejemplo callado y abnegado de dedicación desinteresada y total a fines sociales elevados.

Brotaron las emociones al encender las velas. Y vino a la mente el rol de esa familia Rojas, el recuerdo agradecido a sus troncos, Antonio y Carlos, médicos que fueron únicos por su sapiencia y profundo sentimiento humano, para quienes lo importante era salvar vidas, no presentar factura.

Por eso, veo en Fernando un heredero digno de esos robles de la medicina entendida como servicio público. Y por eso escribo este artículo, para dejar constancia de que existe un país sano, solidario,  que vibra, vive y piensa en los demás.

Y ese también es el camino de la excelencia.   

publicado por egarciamichel a las 21:26 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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