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30 de Abril, 2012 · General

Que falta para dar el salto?

¿Qué falta para dar el salto?

Eduardo García Michel

En el transcurso de 168 años de vida republicana, el país se ha trasformado. Ya es urbano. Tiene alta densidad poblacional. La industria y los servicios han sobrepasado con creces a la agropecuaria. Los iletrados se han reducido. El analfabetismo funcional  está muy extendido. Y, a pesar de que la cobertura educativa casi se ha universalizado, la calidad de la educación ha retrocedido.

Ha habido crecimiento económico. Y, al mismo tiempo, persiste una pobreza lacerante. Hay marginación social y taras lamentables en la población. Los indicadores demuestran que estamos lejos de convertirnos en una sociedad desarrollada.

¿Qué falta para que podamos dar el salto?

En una reciente tertulia televisiva entre un pequeño grupo (Ramón Flores, Fernando Ferrán, Andrés Mateo, y quién suscribe), se apuntaba como un factor explicativo del estadio de subdesarrollo al daño que ha producido la personalización  del proceso histórico y la consecuente debilidad de las instituciones.

La manifestación más palpable de este fenómeno en la esfera política es el continuismo, y su consecuencia directa la ausencia de un proyecto de nación.

Ya en 1858, en los albores de la República, los constituyentes reunidos en Moca se planteaban la necesidad de entorpecer las ambiciones continuistas, para lo cual propusieron que cualquier propuesta de modificación constitucional tuviera que ser sometida al Congreso cada año, en tres años consecutivos. El sable de Pedro Santana acabó con ese sueño.

Los intelectuales del pesimismo en los siglos 19 y 20, rumiaron su impotencia al darse cuenta que nada podían hacer ante el avance del caudillismo, que se reproducía en la pobreza como la verdolaga en los campos, haciendo uso de recursos del Estado para consolidar una imagen mesiánica.  

Es verdad que la sociedad dominicana ha cambiado, pero en algunos aspectos todo parece seguir igual. Hay más sofisticación, pero en el fondo las masas empobrecidas siguen siendo usadas en su ignorancia para hacer perdurable el personalismo y a la vez prolongar el subdesarrollo. 

Romper ese círculo vicioso es una tarea difícil de acometer. El desencanto se ha apoderado de los espíritus mejor intencionados al contemplar como hombres ilustrados, con potencial de estadistas, han alcanzado el poder  y en vez de usarlo para transformar la sociedad, lo han utilizado para perpetuarse.

Y eso hace perdurable al hombre providencial,  en detrimento del imperio de las instituciones y del desarrollo.

Algunos países han podido dar un salto al tener que reaccionar frente a fuertes desafíos, cuya superación requería la cohesión social en torno a un liderazgo clarividente, mediante un proyecto de nación que sirviera como tarea unificadora y común, en vez de recrearse en el culto al personalismo.

A finales de la década del 70, China enfrentaba grandes retos al sentir sus fronteras amenazadas en todos sus costados y al saberse débil en lo interno en su base económica. De ahí surgió la estrategia de introducir la economía de mercado y de abrirse al mundo con sed de aprendizaje en busca de conocimientos, tecnología y capitales, poniendo a la educación como el factor fundamental de impulso al desarrollo.

Líderes como Deng Xiaoping impulsaron un movimiento despersonalizado, que tenía como norte que “el desarrollo es el principio absoluto” y que lo que importaba eran los resultados y no tanto la doctrina en la cual se alcanzaban. Así fomentaron un proceso profundo de reformas y apertura al exterior, que catapultó la economía China a un lugar de liderazgo en el escenario mundial.

Principios tan sencillos como el de que hay que ordenar todas las áreas de la actividad humana, y colocar la competencia profesional por encima de los méritos políticos, fueron aplicados, con notables resultados.

Como bien afirma Henry Kissinger en su reciente e interesante libro “On China”, el progreso se alcanza a través de líderes con visión de lo necesario y con el coraje para llevarlo a cabo.

Tal vez sea eso lo que más falta nos hace. Al fin y al cabo es tiempo de  quitar vigencia a la afirmación de Moscoso Puello de que “nadie se atreve a realizar las cosas fundamentales”.

No es tanto que no se atrevan, sino que la perspectiva se empaña porque el ansia de mantenerse en el poder se sitúa muy por encima de la necesaria visión de Estado. 

Ahora, en medio de la barahúnda electoral, convendría que se hiciera consciencia de que el país enfrenta la amenaza de perder el tren de la historia.

Por eso, es urgente poner un cartel del tamaño de la isla, que rece “se buscan líderes con visión de Estado”. Y agregar “inmunes a la corrupción, y con coraje para conducir a la nación hacia el desarrollo”.

Si esos líderes emergieran, el futuro sería promisorio. Esperemos.

(edogarmi.fullblog.com.ar)

publicado por egarciamichel a las 22:30 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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