Un nuevo escenario político
Eduardo García Michel
Acaba de terminar el largo, tedioso y costoso proceso electoral. Ya electo el nuevo presidente de la nación, la realidad es que sobre el suelo patrio habrán de seguir conviviendo hermanos indisolublemente unidos por un destino común, llamados a entenderse entre sí.
En la contienda se produjeron heridas dolorosas, sobre todo las ocasionadas por una institucionalidad devaluada. Todo aquel dotado de sentido común, sensibilidad, y apego a la democracia, tiene que estar de acuerdo con que eso tiene que ser subsanado para que la sociedad mire el futuro con confianza, sin recelo ni temor.
Garantizar condiciones equitativas de participación, es una tarea que ya se ha convertido en urgente, ineludible, y condición necesaria para la celebración de certámenes electorales en el futuro. De eso depende la consolidación de la democracia.
En medio del desaliento de unos y del júbilo de otros, no puede ocultarse que han surgido condiciones que van a dificultar el ejercicio de una democracia viva, por la concentración de poderes en el dominio de un solo grupo político.
Por esa razón, a los encargados de dirigir la cosa pública les va a corresponder, en mayor grado que a otros, la responsabilidad de crear un entorno adecuado para que las grandes decisiones se adopten con el mayor consenso posible, sin que esto signifique paralizar ni poner en riesgo la acción de gobierno. Eso daría mayor legitimidad al desempeño de la autoridad electa, la dotaría de grandeza, y contribuiría a afianzar la gobernabilidad.
El resultado salido de las urnas luce que va a permitir el arranque de un modelo diferente de gestión, aunque se enmarque dentro de la continuidad de la anterior. Diferente en el abordaje a lo ético; en lo institucional. Y diferente en los objetivos económicos y sociales a ser alcanzados. Y esas diferencias constituyen para un segmento muy significativo de la población, el atractivo más promisorio y determinante de la administración entrante.
Convertir desde el principio esos matices en realidad, es un compromiso de cuya materialización va a depender la dimensión y proyección del liderazgo que acaba de nacer.
Concretar esa oportunidad histórica ha quedado en manos de un líder al que debe reconocérsele que ha luchado dignamente y con coraje por hacer prevalecer sus ideas a lo interno y a lo externo de su organización partidaria. Por tanto, puede esperarse que, a través de su visión y tesón, sean puestas en marcha decisiones valientes para enfrentar con éxito los grandes retos aún pendientes de solución.
Una buena forma de empezar sería corregir el desorden generalizado que frena el desarrollo de la sociedad, y, sobre todo, hacer cumplir la ley. Ordenar cada aspecto del todo nacional, desde lo más simple a lo más complejo, es también una tarea imprescindible hasta para recuperar la autoestima ciudadana.
Es hora, pues, de felicitar y desear éxitos a los que dentro de poco iniciarán una nueva gestión de gobierno, en particular al presidente electo, Danilo Medina. Merecen el apoyo de todos para que comiencen su andar con los mejores augurios. Dentro de la euforia provocada por el triunfo, no está de más recordar que su mejor herramienta puede que lo sea el ejercicio de la humildad, que parece consustancial en él, como bandera que facilite el entendimiento entre hermanos y el desempeño de su gestión.
Por otro lado, hay que reconocer, felicitar, y agradecer la gallardía y el desprendimiento de todos aquellos que lucharon sin desmayo, sin que hayan podido culminar la cima, en particular a Hipólito Mejía, que ve reivindicada su gestión de gobierno, pero también Guillermo Moreno, Eduardo Estrella, Max Puig, y Julián Serulle. A todos ellos debe quedarles la satisfacción de que, con su espíritu crítico, mantuvieron ardiendo la llama de la democracia. Y debe servirles de bálsamo la convicción de que las semillas que sembraron, están destinadas a fructificar.
Ellos, en conjunto, tienen la representación de casi la mitad del electorado. Siendo así, también merecen ser escuchados, y sus opiniones sopesadas, y tomadas en cuenta, dentro del libre juego de las ideas.
El país necesita dar un salto hacia el desarrollo. Quizás lo facilite crear consciencia de que cuando se corta el cordón umbilical, se desbrozan ataduras sin que se pierda el lazo afectivo primario. Gobernar nunca debe ser un ejercicio a ser condicionado.
Lo principal es que a todos, ciudadanos simples o de postín, comprometidos con parcelas políticas o no, les queda el recurso de abrir la mente a la esperanza, y confiar en que la madurez, serenidad, y sabiduría guiarán los pasos de los líderes políticos, en particular de aquellos que han recibido la confianza y el espaldarazo para gobernar la nación, pero también de aquellos que deben seguir siendo contrapeso y garantía de una gestión auténticamente democrática.
(edogarmi.fullblog.com.ar)
